Archivos diarios: 19 febrero, 2020

De cómo el deseo de acabar con la violencia genera más violencia

¿Quieres entender la violencia? Entonces detente y analiza por qué has actuado de manera violenta alguna vez. Todos hemos ejercido la violencia, la cual podría definirse como ‘hacer daño a otro, intencionalmente’.

En eso meditaba yo mientras se acercó hasta mí una vaca para ser acariciada, casi al mismo tiempo que observaba yo con atención a algunas personas que oraban y derramaban leche sobre el agua y acariciaban al fuego, como parte de un ritual en el lago de la ciudad sagrada de Pushkar.

El deseo es la raíz de la violencia. Por ello, la actitud violenta busca, en el fondo, realizar un deseo insatisfecho. Piénsalo y te darás cuenta que siempre es así.

Pero vivimos en una sociedad donde se exacerba el deseo como una forma de consumo, voraz alimento para la maquinaria de autodestrucción que hace crecer la economía. Lo paradójico es que muchas personas alienadas han aceptado esta gran mentira como verdad, pues los instrumentos de dominación les han hecho creer que eso es sinónimo de bienestar y progreso.

El deseo es la raíz de la violencia y también de la dominación. Se nos incita a desear a través de la publicidad y los medios, deseamos el curvilíneo y sensual cuerpo de JLo y Shakira en el medio tiempo del SuperBowl, deseamos comer y al mismo tiempo deseamos tener un cuerpo escultural, deseamos ganar, deseamos fama y fortuna, deseamos comprar el más novedoso teléfono celular, la ropa de moda, deseamos ser profesionales exitosos, deseamos saber más, deseamos viajar por el mundo y tomarnos una ‘selfie’ porque también deseamos ser deseados por otros, deseamos el amor, deseamos acabar con el cambio climático, deseamos justicia, deseamos acabar con la violencia y así sucesivamente…

La gente, presa del pánico, no suele reparar en estas cosas y cree erróneamente, que la violencia se acabará con castigos y leyes más severas, con políticas públicas, con acciones de gobierno. Su estrecha visión del mundo les impide darse cuenta de la verdadera magnitud del problema. Bien dice un verso de Tagore: «Interpretamos mal el mundo y luego afirmamos que nos engaña».

La incapacidad de satisfacer ese cúmulo creciente de deseos, explica la violencia que prevalece a nuestro alrededor. La violencia es el deseo no realizado («el deseo insatisfecho engendra peste», diría otro maravilloso verso de Blake). La violencia de índole sexual es consecuencia de un deseo sexual insatisfecho. Y es aquí lo que muchos sesgados análisis actuales no alcanzan a entender: la violencia no es cuestión de género, porque todas las personas desean y todas las personas participan de una u otra manera en este ciclo.

Al mismo tiempo que la maquinaria del consumo se impone a través de la publicidad, el marketing y la propaganda política, las instituciones sociales que se habían creado para contener este mal se han erosionado, precisamente, porque se convirtieron en instrumento de dominación, al exacerbar la idea de la salvación y la vida eterna en el corazón de las fieles masas, siempre temerosas y manipulables.

Pero existe otra vía para acabar con la espiral violencia. Esa vía es la renuncia del deseo. Algo que la sociedad Occidental condena como sinónimo de conformismo, precisamente, porque una persona conforme y satisfecha con su vida difíclmente se convertirá en un voraz consumidor.

Paradójicamente, desear que termine la violencia nos vuelve esclavos del perverso ciclo, pues al desear vehementemente acabar con ella, nos volvemos susceptibles a la manipulación y al chantaje político, nos vuelve susceptibles incluso a terminar creyendo nuestras propias mentiras, con tal de tratar de encontrar una vía para satisfacer nuestro deseo insatisfecho. Esta es la raíz más profunda de la espiral de violencia que vivimos hoy. Todo lo demás es tan solo una consecuencia de esta causa primera.

Quizá la manera más efectiva (y más difícil) de transformar la sociedad y reducir la violencia, es renunciar a todo deseo, incluso el deseo de controlar nuestra propia vida, algo para lo cual es necesario arrojarnos al caos y el azar, sumergirnos en el misterioso abismo de la existencia, dejar que las fuerzas que rigen el universo desde siempre sigan su curso. A final del día, nosotros somos también reflejo y consecuencia de esas fuerzas naturales que penetran, recorren y conectan a todas las cosas.

La vía espiritual ofrece precisamente una alternativa al ciclo del sufrimiento y la violencia, pero en una sociedad que ha renunciado a esta senda como medio para alcanzar la realización -y en cambio ha preferido enajenarse en la idolatría al dinero y el consumo- resulta muy difícil terminar con la violencia.

No es casualidad que los grandes maestros hayan llegado a la misma conclusión, por diferentes vías.

Es decisión nuestra, ser o no ser partícipes del incesante ciclo de violencia que nos aqueja. Antes de querer cambiar el mundo, quizá deberíamos poner atención a lo que ocurre en nuestro interior.
::.

India: primer encuentro

Nada me preparó para ese primer encontronazo contigo, Delhi,
puerta que se abre ante mí
para descifrar ese inmenso continente
lleno de misterios e historias,
ese anhelado lugar
que eras también tú, India,
la de los mil dioses de los mil brazos
de las mil almas de los mil colores.

No sé por qué razón me sentí atraído
hacia ti,
pues ya te quería
desde hace mucho tiempo antes de conocerte.

Serían las muchas fantasías
que me contó el Adampol,
o sería la huella que dejó en mí el Mahatma,
los versos de Tagore,
la prosa imprudente de Rushdie
o las aventuras de Kipling,
serían las odas que Valmiki dedicó Rama y al imponente Hanuman,
o quizá fueron tus muchos secretos infumables,
India, tierra de gurús, elefantes y rishis
lo que me trajo hasta aquí,
seducido por tu enervante embrujo
de dioses azules,
hombres bigotones y ensortijados,
y enjoyadas mujeres con velo de arcoíris.

Nada de lo que oí antes
me preparó para tus calles sucias,
el penetrante hedor de la orina entre las piedras,
nada me preparó para el ruido y el caos,
el rechinido de los insoportables claxonazos,
el riesgo siempre latente de morir atropellado
por un frenético tuk tuk
en avenidas sin sentido,
nadie me adivirtió suficiente
sobre tu gente adorable, tan amigable y elocuente,
ni tus oscurísimos mendigos,
ni los monos trepando por cables eléctricos en el bullicio de la ciudad
o las vacas siempre sonrientes,
adornadas con collares de flores amarillas.

Yo quería saber por qué vienen hasta aquí
aquellos que anhelan un poco de paz interior
y lo primero que encontré
fueron embaucadores y extravío
en las reticencias de la noche profana,
calles hirviendo de silencio
en las horas más inciertas
de la inhóspita madrugada,
esa fue mi primer bofetada con la India real,
la que no sale en los libros,
ni en las gestas heróicas que cuentan aquellos
que se atreven a recorrer sus muchos laberintos.

Y de pronto ya era oriundo de aquí,
y desfilaba por lóbregas callejuelas,
y descubrí que el grano tiene otra resonancia,
que las lentejas eran dal
y el pan era chapati,
y que masala más que un destino
era una fragancia tatuada en la lengua.

Y visité a tu padre, India,
ese señor flaco y chaparrito
que en realidad era un gigante,
un alma claridosa
que ayudó a los más pobres
a vencer el miedo y la ira,
para sobrevivir a este mundo caníbal
y reescribir la historia del hombre
con su maquinaria bélica,
esa sonora monstruosidad
a la que siempre se opuso tu padre, India,
ese señor menudito y descalzo que movía montañas
con su hinchado corazón,
que convirtió el hambre en fuerza
para llevar a cabo su demencial anhelo
de la no violencia,
porque sólo los locos sueñan
con un mundo donde las personas no tengan
que hacerse daño,
ni matarse los unos a los otros
por mera costumbre.

Y me quedé atónito, India,
al adentrarme en tus templos descalzos
que buscan preservar la vida
y la paz a toda costa,
tu milenaria paciencia
hecha de rezos y harina.

Eres polvo rojo,
condimento molido
en las arenas del tiempo,
eres inagotables parvadas
eclpisando el cielo brumoso,
volando ida y vuelta
del crepúsculo a la aurora.

Y me sumergí en tus ashrams,
fuentes del saber y la pregunta,
donde se enseña que las palabras sagradas
sólo son verdaderas
cuando resuenan en el alma,
y vi también a la niñita saltimbanqui
hacer piruetas fantásticas
al borde de una cuerda
para conseguir un poco de pan
al final del día.

Delhi de los mil dioses
de los mil brazos
de los mil colores,
tienes un dios para cada alma
en pena,
tienes una bendición
para cada una de las mil flores
que habitan en una plegaria.

Así te conocí yo, India, despeinada
y numerosa, atolondrada,
entre turbantes y saris,
arando milenios de historia sagrada
en cada respiro,
un poco de eternidad
para apreciar la tierna crueldad
del instante,
una flor de loto para cada uno
de los corazones marchitos
que pueblan la Tierra,
eres una bendición para el mundo, India,
una reserva de espiritualidad
para el hombre moderno y prosaico
que prefiere mutilarse por dentro
y seguir siendo esclavo
de su idolatría al dinero y la mentira,
quizá por eso eres diferente, India,
pues a cada paso hay un templo,
un lugar para orar y mirarse hacia dentro,
eres otra cosa, colorida y atroz,
eres polvo, polvo rojo, polvo amarillo,
polvo acumulado en los ojos y las manos y los pies,
eres polvo que barrieron los antiguos,
eres leche dulce sobre la herida,
eres tiempo y eres ahora, India,
adorable, insistente, resplandeciente,
eres búsqueda y sacrificio,
eres viaje y camino y azar y destino,
eres el poema que brotó
de unos labios hechos de sol
y de artificio,
un sorbo de agua fresca
en las llamas de la ira,
eres aire transparente
que se desprende del sueño de la montaña,
la puerta de entrada al mundo invisble
donde el alma se confunde con lo eterno.
::.