El tsunami y la SOPA: La guerra en tiempos de internet

 

La iniciativa de ley Stop Online Piracy Act (mejor conocida como SOPA), no será el primero ni el último de los intentos de los gobiernos del mundo por controlar el contenido que circula libremente por internet. La clausura de sitios web como Megaupload y la contraofensiva de grupos en defensa de la libertad en la red como Anonymous representan la primera batalla de una guerra ideológica que apenas empieza. Una colisión de civilizaciones con el poder de transformar drásticamente el mundo como lo conocemos. El futuro nos ha alcanzado.

Y a pesar del revuelo que ha causado el tema en las redes sociales que pueblan ese universo paralelo conocido como el ciberespacio, pocos han reparado en el verdadero trasfondo del tema: el derrumbe de un sistema político y la aparición de nuevos esquemas de organización con el poder de reinventar los sistemas sociales como los conocemos. Vivimos tiempos de transición que van de la agonía de la modernidad al nacimiento de la sociedad red que profetizó Manuel Castells hace más de una década en su monumental obra, La era de la información.

El trasfondo real de SOPA tiene poco que ver con el combate a la piratería, como intentan hacer creer algunos congresistas estadounidenses, sino con la defensa de un sistema político que utiliza la acumulación de capital como un instrumento de control social que  garantiza el bienestar de los pocos a costa del sufrimiento de los muchos. Y en este extenso y fascinante rompecabezas, el control del internet representa un elemento clave para mantener intactas las asimetrías que sostienen el status quo.

¿Cómo opera el sistema social en que vivimos al día de hoy? Bases del sistema político-económico de la modernidad

Como bien explicó Marx en su libro El Capital, la más profunda crítica al capitalismo que se haya hecho, la creciente brecha entre ricos y pobres sólo puede entenderse a partir de las estructuras de explotación-dominación sobre las que se sostiene el sistema económico actual. Si el trabajo es la única mercancía capaz de generar plusvalor por sí misma, siguiendo a Marx, esto significa que las grandes fortunas del planeta son producto de la acumulación del trabajo de otros mediante la explotación.

¿Qué significa esto? En términos más coloquiales: el hecho de que un personaje como el empresario mexicano Carlos Slim Helú, el hombre más rico del mundo, haya podido acumular una fortuna valuada en 74 mil millones de dólares, esto significa que detrás de esa riqueza existe la explotación de millones de personas en todo el planeta.

De modo similar a lo que ocurre con la ley de la conservación de la energía, podríamos decir que la riqueza no se crea ni se destruye, sólo se acumula. Quizá algunas cifras pueden ayudar a entender la monstruosa diferencia entre ricos y pobres. Datos de la ONU en 2011 sostienen que el 80% de la riqueza del mundo está en control de apenas una cuarta parte de los 7 mil millones de personas que habitan el planeta[1]. En el mismo tono, la OCDE sostienen que la brecha entre ricos y pobres han crecido de forma alarmante en los últimos 30 años[2].

Otros datos más contundentes muestran que mientras en los años 90 una persona rica tenía 30 veces más que una pobre, en los últimos años la proporción se disparó en una proporción de 130 a uno, según un reporte de Amnistía Internacional en 2007[3]. Un dato más: mientras la revista Forbes calcula que en el mundo existen 1 mil 210 magnates con fortunas superiores a los mil millones de dólares[4], la ONU calcula que 925 millones de personas padecen hambre en el planeta[5], es decir, una proporción de uno por cada 764 mil 463.

Este sistema económico que enriquece más a los ricos y empobrece más a los pobres, sólo pudo ser posible a través de la instauración de un complejo sistema político que permitiera a las élites ejercer un control sobre los oprimidos. Algo que Antonio Gramsci, el gran teórico marxista de la deominación explicaría a través de su concepto de hegemonía, es decir, la manera en que los grupos de poder construyen las estructuras sociales que les facilitan mantener dicho control.

Este sistema político surge precisamente a partir de lo que el historiador Eric Hobsbawm denomina como las ‘Revoluciones Burguesas’ que iniciaron formalmente en Francia y que terminarían propagándose a todos los rincones del orbe con el fin de establecer un marco regulatorio a favor de la economía de libre mercado que terminaría afianzando el poder de la burgesía, los nuevos dueños del mundo.

De esta manera fue como los sistemas de dominación sufrieron una transformación de forma, más no de fondo. La nobleza que soportaba el poder de la monarquía se convirtió en la nueva clase política que habría de sostener a las democracias liberales de los siglos siguientes.

Esto permitió que el poder emergente de la burguesía europea, basado en el colonialismo y la explotación de sus respectivos esclavos, fincara las bases de un sistema de dominación que cambió las reglas del juego social. Así fue que ideas como Estado-nación, división de poderes, parlamentos o ciudadanía, terminarían convirtiéndose en herramientas de un nuevo sistema de dominación que pretendía ocultar los viejos esquemas de explotación basados en la asimetría creciente entre ricos y pobres. El obrero sustituye al esclavo, el capitalista al señor feudal, los bancos a la iglesia, la clase política a la nobleza.

Las democracias de libre mercado son entonces, una máscara que pretende disfrazar la manera en que las élites ejercen su poder sobre los oprimidos a través de la acumulación del capital y la defensa a ultranza de la propiedad privada, aún cuando esto vaya en contra del interés colectivo.

Sólo así puede entenderse que el Estado moderno sea capaz de pisotear los derechos humanos con tal de beneficiar los intereses de las grandes corporaciones. Así, los gobiernos pretenden justificar estos privilegios bajo el pretexto de crecimiento económico y generación de empleos mal pagados que lo único que hacen es reproducir y fortalecer el mismo esquema de dominación. Por eso muchos países prefieren optar por rescatar bancos en quiebra con dinero público en lugar de resolver la epidemia de pobreza que aqueja a más de la mitad de la población global, aún cuando exista dinero para ello[6].

Lo anterior sirve muy bien para ejemplificar la crisis económica que padecen actualmente potencias globales como Estados Unidos o los países que integran la Unión Europea, generada por 30 años de políticas neoliberales que profundizaron las asimetrías entre países ricos y pobres.

Esto ha provocado que las cifras de la migración hacia países que concentran la mayor proporción de la riqueza global aumentara drásticamente en las últimas décadas, un mecanismo que tiende a restablecer el equilibrio perdido en cuanto a la inequidad en la distribución del ingreso[7].

Sin embargo, este esquema político y económico que tiende al crecimiento de la desigualdad social sólo puede mantenerse vigente a través de un sistema de producción-consumo alimentado por un individualismo exacerbado que se impone desde las instituciones que condicionan la conducta a través de la cultura. Así es como las reglas del sistema se transmiten generación tras generación mediante normas que se fijan en el inconsciente colectivo que auto regula el rango de acción de los individuos al interior de los sistemas sociales.

Esto genera que ciertas ideas puedan afirmarse sinónimos de verdad sin la necesidad de ponerlas en duda, situación que es aprovechada por los grupos de poder para imponer determinadas pautas de conducta a sus subordinados mediante el control de los mensajes que se difunden a través de las redes de comunicación.

Fue así como a lo largo del siglo XX la burguesía construyó un sistema de dominación orientado a promover el consumo y la explotación de otros como una forma de vida plasmada en el american way of life que se reforzaba psicológicamente a través de los medios masivos de comunicación: los diarios, el cine, la radio y la televisión, por mencionar algunos.

Sin embargo, este refinado sistema de dominación no estaba exento de fallas, pues su necesidad creciente de reafirmar su poder a través de las redes de información terminaría por modificar gradualmente las estructuras mismas de todo el sistema político. El intercambio de mercancías fue sustituido por un intercambio de signos, situación que modificó drásticamente los objetivos del sistema económico: ya no se trataba de producir mercancías, sino consumidores. Y para ello, era necesario reforzar el control a través de los medios de información cuya importancia crecía a ritmo acelerado.

Este fenómeno, conocido como economía política del signo, de acuerdo con el filósofo francés Jean Baudrillard, permite entender el ‘boom’ de las técnicas de mercado y la publicidad a lo largo del siglo XX. No se trataba más de vender simples mercancías sino estilos de vida que posicionaran al consumo como un referente inequívoco del éxito y bienestar social.

¿Qué tiene que ver todo esto con la disputa por el control del internet? Claves para entender el derrumbe del sistema capitalista como lo conocemos

Con el paso de los años, el sistema terminó por calentarse y reventar. Los crecientes índices de desigualdad social y el escenario de crisis económica que predomina en el mundo entero a raíz del colapso de los bancos, provocado por los vicios de un sistema financiero que opera con base en la especulación.

Así como las primeras agencias informativas del mundo surgieron como una necesidad comercial de los empresarios del siglo XIX (caso de Reuters, por ejemplo), la especulación de los sistemas financieros propició la aparición de tecnologías de la información cada vez más eficaces y veloces. Dicho contexto hizo favorable el surgimiento del internet, una herramienta que funciona en base a una red de conexiones en la que la información circula a una velocidad que hasta hace un par de décadas sonaba a ciencia ficción.

A partir de los años 70, innovaciones tecnológicas como el microchip, las telecomunicaciones o la fibra óptica permitirían construir los cimientos del estallido informático de las décadas siguientes y reconfigurar para siempre las reglas de operación del sistema económico.

En el caso concreto de los Estados Unidos, la manera en que las grandes empresas de la era industrial comenzaron a verse rezagadas por las reglas de operación de las empresas surgidas a partir de la era de la información. Algo que se ilustra a la perfección en la amnera en que la industria automotriz iba perdiendo terreno paulatinamente frente a las pequeñas empresas de garaje instaladas en Silicon Valley, lugar que se convirtió en pocas décadas en el epicentro de la innovación global y referente de la una revolución informática que apenas comenzaba a dar los primeros avisos de lo que vendría en las próximas décadas.

El vertiginoso despegue de la web durante la década de los 90, y su uso masificado a partir de 2000, terminó por sentar las bases de un nuevo sistema económico. Nació la era google, donde la información fluye en múltiples direcciones haciendo de la inmediatez una norma de vida para estos tiempos donde las telecomunicaciones acabaron con las distancias.

El ciberespacio borró las fronteras impuestas por los Estados-nación para dar pie a una verdadera sociedad global que comparte problemas comunes. Los dos bloques hegemónicos de la Guerra Fría quedaron obsoletos para abrir las puertas de un mapa geopolítico más plural. Aparecen bloques como el G-20 o el BRIC (Brasil, Rusia, India y China, las potencias emergentes). El mundo ya no puede entenderse sin los países del mal llamado “Tercer Mundo”, término con el que los países ricos buscan mantener su hegemonía sobre los países pobres que ahora tienen verdadera voz y voto en el concierto de las naciones.

Cuando finalmente, la especulación financiera terminó por desatar una crisis económica sin precedentes a partir de 2008, preludio de la muerte del capitalismo como lo conocemos, el malestar de la gente se regó como pólvora a través del mundo entero, luego de que los privilegios del sector bancario por parte de una servil clase política global se hicieron cada vez más evidentes a los ojos de la ciudadanía. En cuestión de semanas, la Primavera Árabe iniciada en Túnez y con clímax en Egipto, se propagó por Europa y Norteamérica. Los ‘Indignados’ españoles tomaron las plazas públicas del mismo modo en que los ‘Occupy’ hicieron lo propio en Wall Street. Movimientos de protesta que han empezado a criticar las bases mismas de un sistema capitalista cuya viabilidad ya no puede ser defendida por los bancos internacionales, los jefes de Estado, las clases empresariales o los industriales de los medios.

Al igual que ha ocurrido desde los albores de la humanidad con la invención de la escritura, el alfabeto y la imprenta, la llegada del internet modificó los antiguos esquemas de organización social, modificando estructuras que en otros tiempos parecían inamovibles, como el sistema económico.

La especulación financiera dejará muy pronto de regir la economía del planeta para cederle su lugar a la confianza, tal como ocurre en sitios de ventas por internet como e-bay, donde la certidumbre y la reputación juegan un papel fundamental en las transacciones comerciales.

Sin embargo, quizá el más grande logro del ciberespacio haya sido modificar el concepto de individualismo psicótico que prevaleció en el siglo XX por un nuevo pensamiento colectivo que participa activamente en la construcción de un nuevo sujeto social que habrá de convertirse en la piedra angular de este nuevo sistema social que se encuentra en labor de parto.

De este modo, la acumulación está siendo sustituida por la cooperación. Y esta es la clave para entender la monumental transformación que experimenta el sistema económico de la actualidad y que han hecho de figuras legales como los derechos de autor, algo totalmente desfasado en el espacio-tiempo, tal como explica Rachel Bostman al explicar el concepto de consumo colaborativo:

Las empresas del futuro inmediato (tan inmediato que bien podríamos ponerlo en presente) no serán las que logren acumular mayor capital a través de la explotación, sino las que compartan más ese capital con otros, provocando una distribución más horizontal del conocimiento y la riqueza, y por ende, modificando la arquitectura de los sistemas sociales. El auge de Facebook, Twitter, Youtube, Flickr, Megaupload y muchos otros sitios web no puede entenderse de otro modo.

Esto explica por qué la venta de periódicos se ha convertido en un sinsentido en una era donde los diarios impresos tienen forzosamente que ser gratuitos para seguir existiendo. La era donde las grandes empresas regían al mundo, ha llegado a su fin, luego de que su esperanza de vida se viera drásticamente disminuida en tan sólo un par de décadas. Por ello, la volatilidad de las grandes corporaciones ha empezado a cuestionar la viabilidad financiera de los grandes emporios industriales[8].

Esto ha generado que compartir se esté convirtiendo rápidamente en el nuevo paradigma social que habrá de reinventar las bases que dan fundamentos a los sistemas sociales. Y si las empresas no quieren perder competitividad en el mercado, tendrán que adoptar las nuevas reglas del juego. Adaptarse al cambio o morir en el intento, como lo demostró Mercedez Benz al hacer eco de la doctrina del Che Guevara durante una expo de automóviles diseñados para compartir viajes con desconocidos. La frase del Zetsche, el presentador del coche ejemplifica muy bien la cuestión: «algunos colegas todavía creen que compartir carro raya con el comunismo (…) Pero si ése es el caso, ¡viva la revolución!»[9].

La cooperación como medio de generar riqueza (plusvalor) ha roto los paradigmas clásicos del sistema capitalista que defiende a capa y espada el derecho a la propiedad privada. Las licencias creative commons o copy left se erigen ahora como contraparte de las licencias por derechos de autor (copyright), cada vez más en desuso.

La propiedad privada no tiene sentido en el ciberespacio si no permite compartir algo con otros. Y esto es precisamente lo que intentan defender sitios emblemáticos como Wikipedia, Yahoo! y Google con sus protestas por la ley SOPA, al igual que sucede con Anonymous, un grupo de revolucionarios que buscan detener los abusos de las grandes corporaciones y los grupos de poder que han secuestrado los aparatos seudodemocráticos que operan en función de los intereses de la burguesía, los grandes millonarios del mundo que pretenden mantener intactos sus privilegios aún a costa del sufrimiento de millones de personas.

SOPA, condenada al fracaso

Por todo lo anterior, SOPA está condenada a ser un fracaso rotundo, aún cuando sea aprobada. Si los Estados Unidos pretenden imponerle un marco regulatorio a la web, es probable que las grandes empresas del ciberespacio opten por mudar sus servidores a países con regulación más laxa en este sentido bajo la promesa de un desarrollo económico acorde con las reglas de operación del nuevo sistema social. Esto haría viable que por ejemplo, Facebook o cualquier otra compañía pudiera cambiar de dirección fiscal para asentarse, por ejemplo, en países como India o Brasil, lo cual representaría un duro golpe a la economía norteamericana que sigue aferrada a las reglas del viejo régimen.

El temor de Obama a la hora de apoyar dicha iniciativa, refleja perfectamente esta situación, pues sabe (o debería saber) que el futuro de la economía gringa depende en buena medida de lo que ocurra en esa realidad alterna del ciberespacio.

Del mismo modo en que las grandes potencias no han podido detener fenómenos que rebasan la capacidad operativa del Estado-nación (como ocurre con la migración de los países pobres a países ricos), los poderes fácticos no podrán imponer en el mundo marcos regulatorios rígidos que hagan aún más evidentes los intentos de acabar con la libertad de expresión que dicen defender los sistemas democráticos, ya que esta contradicción plantea un suicidio político a la hora de tratar de legitimar el orden social vigente.

Si aún así los gobiernos del mundo deciden seguir el ejemplo de China, las grandes potencias occidentales corren el riesgo de que las protestas sociales maduren y se terminen por convertirse en un proyecto social con la suficiente fuerza para declarar, de una buena vez, el inicio oficial del sistema social que surgirá de esta era de la información.

SOPA representa un intento desesperado del sistema capitalista por mantener el control en los términos dictados por el viejo régimen económico y político de la era industrial. Quien siga resistiéndose a los cambios vertiginosos que le han tocado vivir a nuestra generación, tendrá que prepararse para afrontar las consecuencias. Podrán construir rompeolas gigantes, pero este tsunami nadie lo para.

 

 


[1] Más justicia: ONU insta a reducir brecha entre ricos y pobres. http://www.dw-world.de/dw/article/0,,15444448,00.html
[3] Se agranda la brecha entre ricos y pobres http://edant.clarin.com/diario/2007/08/13/elmundo/i-02202.htm
[4] Forbes: Slim sigue a la cabeza, pero crece la cifra de multimillonarios. http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2011/03/110309_economia_millonarios_forbes_lista_jrg.shtml
[7] Aumentan las remesas a los países en desarrollo. http://www.cinu.mx/noticias/mundial/aumentan-las-remesas-a-los-pai/

Acerca de manuelhborbolla

Poeta, filósofo y periodista, egresado de la UNAM. Creo que es posible transformar el mundo a través de la poesía.

Publicado el 20 enero, 2012 en Otros desvaríos y etiquetado en , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , . Guarda el enlace permanente. 6 comentarios.

  1. Ahora solo hay que compartirlo…

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  2. Bien documentado, bien explicado, bien comunicado

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  3. Seri bueno un giro de espacio para generar otras fuentes de trabajo y desarrollo en paises que estarian atentos a servir

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  4. Estoy de acuerdo con el Ciempiés. La explicación es sumamente exhaustiva y convincente. Amo mi propiedad privada, pero amo más el compartirla. En este mundo egocéntrico bien vale ejercer el «valiente oficio de tener voz», para de alguna manera estrechar los lazos de humanidad que todavía nos quedan. Te invito a leer lo siguiente:
    http://elideariodeunescribiente.wordpress.com/2011/07/27/%C2%BFesta-realmente-sobrepoblado-nuestro-planeta/
    Saludos.

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