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Amor: la respuesta para acabar con el clima de violencia y desesperanza en que vivimos

¿Cómo acabar con la violencia, el egoísmo y el sufrimiento en estos tiempos de oscuridad, en los que no hay esperanza y todo parece estar perdido? Es la pregunta que muchos nos hacemos ante el estado de podredumbre generalizado que vivimos a diario. A veces es necesario acabar con el ruido del exterior para examinar las cosas a otro nivel. Ayer tuve algunas diferencias con Krishnamurti, pero como sea, sus charlas siempre me ayudan a replantear las cosas a un nivel elemental.

La respuesta siempre ha estado ahí. No es la protesta, ni siquiera el deseo de justicia lo que hará que las cosas cambien. Es el amor lo único que puede acabar con esta desesperanzadora oscuridad.

A veces actuamos por las razones equivocadas. A final de cuentas, inconformarnos no resuelve el problema de fondo: el sufrimiento que nos provoca nuestros deseos cuando no son satisfechos, por más generosos que estos deseos puedan llegar a ser. Vamos en la ruta equivocada, aunque a veces la ira y el rencor (humanos a final de cuentas) nos impidan ver con claridad.

El amor es la clave. Cuando amamos, no reparamos en los defectos de las demás personas. Simplemente amamos y ya, porque nos hace sentir felices. Y ese amor hacia los demás permite modificar ese complejo entramado de relaciones que sostienen a la sociedad. El problema de esta sociedad frívola y egoísta es precisamente ese: la falta de amor. No podremos corregir los problemas del mundo a través del conocimiento y la voluntad, sin esa energía capaz de mover al mundo que es el amor. Nos hace falta inconformarnos menos y ejercer más el amor, volvernos locos, amar hasta al más odiado enemigo. Siempre que indago en lo profundo de mí, cuando me siento tranquilo y en paz, aflora la misma respuesta.

Es cierto, abrir el corazón es siempre un riesgo: el riesgo de ser lastimado. Pero dadas las circunstancias, tenemos que correr ese riesgo. Es la única alternativa real para cambiar este mundo tan lleno de dolor y tan escaso de amor. Amar para acabar con el conflicto que aqueja el corazón del ser humano. Amar para volvernos uno y volvernos todos. Amar la vida y amar la muerte. Amar, amar, amar… tan sencillo como eso.
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Las cuatro actitudes inconmensurables del Buda

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La industria de la muerte

Impactante fragmento de la película Samsara, sobre el aroma cadavérico que predomina en la industria alimenticia. Desde hace unos meses decidí no participar en esta industria de la muerte. Una cosa es matar para comer y otra muy distinta es fomentar el asesinato sistemático a través de lo que comemos. Me gusta la carne, pero desde hacía un tiempo me causaba conflicto comerla. El placer se fue convirtiendo paulatinamente en sentimiento de culpa. “¿Por qué como carne? Porque me gusta”, era la pregunta y respuesta que yo mismo me hacía. La culpa venía de saber cómo un simple capricho podía ocasionar tanto sufrimiento inncesesario. Luego vino la revelación: me gusta la carne, sí, pero me gusta más saber que no hago daño. Ahí se terminó el conflicto. Decidí dejar de comer carne definitivamente desde hace 9 meses, luego de haber bajado drásticamente mi consumo de carne desde hace un par de años. “El conocimiento nos hace responsables”, decía el Che. Creo que algo así me pasó. Después de saber lo que sé (las múltiples consecuencias ecológicas-médicas-trascendentales de comer carne a diario) no podía seguir actuando del mismo modo. Decidí cambiar. Me alivia saber que mis acciones cotidianas contribuyen en algo a mitigar el gran sufrimiento que existe en este mundo. Una acción pequeña, aparentemente insignificante, cuya trascendencia no puede pasar inadvertida en esta enorme rueda de la vida. “Empuja hoy y serás empujado mañana”, según la ley del karma.

Disertación sobre el periodismo contemporáneo a raíz de mi visita a la World Press Photo 2013

Cada año me decepciona más la World Press Photo. Se ha vuelto monotemática. El dolor humano en el Medio Oriente y sus alrededores. Algunas prostitutas y una que otra tragedia espantosa como la señora y la hija sin cara porque el marido decidió echarle ácido en el rostro, complementan la exposición. Hasta las de deportes tienen ya un aire trágico. De no ser por los pingüinos emperador, cortesía de National Geographic, y una que otra foto por ahí, uno bien podría pasar de largo la exposición. Recuerdo la primera vez que asistí a una World Press Photo en el Museo Franz Mayer de la Ciudad de México por ahí de 2008. Una foto alucinante de Marylin Manson en un autobús de escuela junto a varios morros, era una de las primeras imágenes de la muestra. Más adelante, el detalle de una fotografía del presidente ruso Vladimir Putin resaltaba del resto. La amplia gama de historias me cautivó. Pero la variedad de temas ha ido decreciendo. Ahora hay pocas imágenes que nos hagan imaginar que otro mundo ajeno al sufrimiento vil es posible. Las fotografías describen puntualmente la miseria humana, pero ahondan poco en las causas que han generado ese dolor.

Eso lo lleva a uno a cuestionar el papel que juega actualmente la prensa a nivel global. Con esto, no quiero decir que la labor de los fotorreporteros que arriesgaron sus vidas para documentar la catástrofe no sea digna de reconocimiento. Todo lo contrario. Sin embargo, ya no es suficiente enunciar la perdición del mundo. El periodismo tiene el deber ético y moral de buscar alternativas de futuro para este mundo enfermo de todos contra todos. Mientras no le demos vuelo a las historias de las personas capaces de transformar esta realidad viciosa seguiremos padeciendo ese dolor victimario que desborda los diarios del planeta. Tal pareciera que el dolor es la única narrativa posible en este mundo. Echarnos limón en una herida que nunca cierra. ¡Qué bonita profesión la que hemos escogido nosotros los periodistas!

El mundo, al ser una correlación de significados (como bien sugiere Wittgenstein en su famoso Tractatus Logico-Philosophicus) puede transformarse a partir de un cambio profundo radical en el discurso hegemónico. Los periodistas y los medios solemos dar muchas cosas por hecho cosas que no necesariamente son ciertas. ¿El crecimiento macroeconómico es sinónimo de bienestar? No necesariamente. Y sin embargo, los diarios lo dan por hecho, como si se tratara de una verdad irrefutable. Estamos atrapados en el discurso de un proyecto civilizatorio en crisis. Y mientras la prensa se limite a describir la fatalidad del mundo, apegada a los intereses financieros de los grandes capos de la información, el mundo seguirá jodido tal como está ahora. Hay que anunciar el advenimiento de ese nuevo mundo que está gestándose en algunos rincones del planeta y que los diarios no voltean a ver. De ahí la importancia de que los medios, como escenario donde se libra el debate público en estos tiempos hipermodernos, rompa con los viejos paradigmas para construir un nuevo modelo informativo. La objetividad inspirada en la ciencias formales ya no satisface por sí misma las necesidades de la gente. Algo que parece confirmar la explosión de las redes sociales. El periodismo debe transformarse para poder transformar al mundo.

Y mientras ponemos de nuestra parte para hacer que esto ocurra, la única fotografía de la World Press Photo 2013 que me arrebató el aliento, en la lente del fotógrafo Paul Nicklen.

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El camino a la iluminación: Dogen y el sendero del zen

«Ver las cosas como son, eso es iluminación», dice Dogen al señor Tokiyori. El sufrimiento ciega, y por ello, en ocasiones somos incapaces de ver lo obvio. Ahí la enseñanza de Dogen, el maestro budista fundador de la escuela Sōtō del Zen, quien exploró por sí mismo las enseñanzas del Buda para liberarse del sufrimiento y alcanzar la iluminación. Y esto es precisamente de lo que habla la película Zen: la vida de Dogen, dirigida por Banmei Takahashi.

«Al depender de otros niegas al Buda que hay en ti», señala Dogen a Orin, tras la muerte de su hijo y el dolor profundo que experimenta al no encontrar resignación.

El filme narra la búsqueda del monje japonés, quien a través de su fe y la praxis, significó una influencia positiva para aquellos que le rodearon, tal como demuestra Dogen al señor Tokiyori, regente de la provincia de Kamakura, al enseñarle que la única manera de liberarse de los demonios internos es despojarse de las ataduras que nos hacen aferrarnos con desesperación a las cosas que nos hacen daño.

«La conversión significa aceptación. El dolor, la pena y odio de los espíritus es el dolor, pena y odio propio. Debe asumir esa angustia. Pero no puede aceptar esa angustia sin antes abandonar todo su ser», apunta Dogen, quien utiliza una metáfora lunar para ejemplificar el Buda consustancial que habita dentro de nosotros, aunque a veces lo olvidemos: “aunque las nubes podrían tapar la luna, o pueda desaparecer del cielo, no podemos afirmar que no existe la luna».

“Si haces mal, cosecharás el maldad. Si haces el bien, cosecharás bondad. Cuando la muerte se aproxime, ni el poder político, ni aquellos que amas, ni la gran fortuna serán capaces de salvarte. Para morir debes estar solo. Todo lo que te acompañará es lo que hiciste en vida. Eso y nada más».

Otro de los momentos memorables de la película se da cuando Dogen se despide de sus discípulos, recordándoles ejercitar las tres mentes: la mente alegre, la mente bondadosa y la mente universal.

«Estudiar el camino de Buda es estudiar el sí mismo. Estudiar el sí mismo es olvidarse de sí mismo. Olvidar el sí mismo es ser iluminado por todo. Ser iluminado por todo es liberar tu propio cuerpo y mente, liberar el cuerpo y la mente de otros», dice.

Liberarse del sufrimiento significa ser libre de todo apego, incluso el apego a la vida misma, al propio cuerpo. La felicidad habita dentro de uno. Conviene recordarlo a menudo.